Este mes de febrero está cargado de eventos y celebraciones. Ellas irán jalonando este tiempo ordinario hasta que el miércoles 22 empecemos el tiempo de la Cuaresma con el rito de la imposición de la Ceniza.
La Iglesia celebra el 2 de febrero una de las fiestas más bonitas del calendario litúrgico: la presentación de Jesús en el templo o la fiesta de la Candelaria. Jesús quiere ser esa luz que ilumine siempre nuestras vidas. Que nosotros con las velas encendidas de la fe y las buenas obras salgamos siempre al encuentro del Señor. Así mismo es una Jornada especial para orar por la Vida Consagrada. El papa Benedicto XVI, en el discurso que dirigió a los miembros de los Institutos de la vida consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica el 2 de febrero de 2013, invitaba «a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Os exhorto por esto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor Jesucristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así volver a despertarla voluntad y la alegría de compartir la vida, las elecciones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor». Ratzinger también animaba a los consagrados a pedir «una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad. En las alegrías y en las aflicciones del tiempo presente, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis de que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual. Precisamente en la limitación y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la conformación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la medida posible en el tiempo, la perfección escatológica. En las sociedades de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, caracterizada por la «minoridad» y la debilidad de los pequeños, por la empatía con quienes carecen de voz, se convierte en un evangélico signo de contradicción».
Estas palabras nos las podemos aplicar a todos, para que nos ayuden a vivir
nuestra vida como una vocación de seguimiento de Cristo. También aprovechemos la ocasión para pedir por el aumento y la santificación de las vocaciones. Son tan necesarias para la Iglesia. Pidamos por la fidelidad de los Consagrados a Él: sacerdotes, religiosas, monjes… Y pidamos que sean cada día más los jóvenes que en el silencio de la oración se pregunten ¿Señor que quieres de mí? Y escuchándolo lo sigan con docilidad. Si eres joven pregúntale al Señor con confianza ¿A que vocación me llamas? ¿Quieres que sea sacerdote, religiosa? Respóndele con alegría: Aquí estoy Señor, que se haga en mi tu voluntad.
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